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martes, 12 de julio de 2011

DESPISTES Y FRANQUEZAS

Por: Víctor Miguel Villanueva H.

La vida, los deportes y el futbol se dividen en generaciones. Cada una defiende a los ídolos, a los héroes y a los protagonistas que les tocó ver. Sobre todo a esos, que conoció a temprana edad y que, a partir de entonces, se enamoraran o se frustrarán con las hazañas de esos deportistas que para cada uno se convertirán en los referentes épicos de su generación.

Fuente: mexsport
            De tal forma que los jóvenes que hoy tienen 17 años ha visto hasta dos veces campeón a México en un torneo de futbol: las Copas del Mundo Sub 17 de Perú 2005 y la de México 2011. Incluso, algunos tendrán recuerdos primitivos de la Copa Confederaciones de 1999, ganada a Brasil, igualmente, en el Azteca. Son una generación ganadora. Es más, han visto a México calificar siempre a la Copa del Mundo, pues nacieron en 1994 y, desde entonces, el futbol mexicano ha estado sin falta en la máxima justa futbolística del planeta.

            Empero, existimos otras generaciones que en el mismo lapso de tiempo, 17 años de edad, sólo vimos fracaso, tras fracaso, tras fracaso; tantos y tan variados, como para pensar que jamás veríamos a una selección mexicana de futbol ganar algo. Me refiero a la generación que nos tocó ver  Haití 1973, Argentina 1978, Honduras 1981 y México 1986.

            Episodios negros de la historia del futbol mexicano. Que están ahí, aunque también vimos y disfrutemos los dos recientes títulos Sub 17 y la Confederaciones, porque como dice Julio Scherer, tenemos “una terca memoria” que no olvida nada. ¿Cómo olvidar Puerto Príncipe, Rosario, Tegucigalpa y Monterrey, si con la misma nitidez que hoy vimos a Briseño levantar la Copa del Mundo, observamos la miseria de nuestra selección en aquellas ciudades?

            En el invierno de diciembre de 1973 nos quedamos fríos con “sendos” empates ante Guatemala y Honduras. La calma regresó con un normal 8-0 a las Antillas Holandesas que de forma milagrosa estaba en el Hexagonal Final de Concacaf. Pero luego, lo absurdo, lo ridículo, lo estúpido: se dijo que la selección mexicana era víctima de un vudú. Y la verdad, es que fue víctima de Trinidad y Tobago que le hizo un 4-0 que lo dejó fuera de Alemania 1974.

            Cuatro años después se aseguró que no hubiera brujería y la sede del pre mundial fue México. Las golizas con Víctor Rangel y Hugo Sánchez no cesaron hasta llevar a México al mundial de 1978. En Argentina, la vergüenza: 3-1 con Túnez, lo cual fue la primera victoria de un país africano en Copa del Mundo; 6-0 con Alemania y 3-1 con Polonia. Último lugar del certamen. Irán quedó arriba. El Niño de Oro se fue inédito del mundial pampero.

            Y vino otro pre mundial, ahora en Honduras. Otra pesadilla, otra desilusión, otro fracaso rotundo, definitivo, demencial. Ahora era noviembre de 1981. Triunfo sobre Cuba; derrota con El Salvador; empate con Haití y Canadá; aún así, bastaba ganar el último juego ante el local. Hugo Sánchez Márquez tuvo en sus pies el gol y la calificación. El remate del nueve mexicano salió a un costado y adiós a España 1982.

            Ser locales en 1986 no nos hacía pensar en ser campeones del mundo. Pero tampoco imaginamos que, en el famoso quinto juego, ese que por cierto, sí se les ha negado a las actuales generaciones, la máxima estrella Sánchez le fallara a su país. El juego de cuartos de final ante Alemania en Monterrey se fue a penales. El ya Pichichi del futbol español sufrió de calambres y no disparó desde los once pasos –ya en la fase regular en el Azteca había fallado un penal ante Paraguay-. Que tirara o no, no garantizaba nada. Pero nunca olvidaremos que cuando más necesitamos del mortífero goleador del Real Madrid, éste sólo hizo un paupérrimo gol en ese Mundial de 1986.

            En efecto, es una terca memoria. Es un despiste recordarlo ahora que aún tenemos tan vivas las imágenes de los goles de Briseño y Casillas; lo mismo que los de Vela y Ever Guzmán. Pero dicen, y creo que con franqueza, que para gozar hay que aprender a sufrir. Y mi generación sufrió tanto, como sonríe hoy.

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